martes, 22 de marzo de 2016

Mis cincuenta y cinco: algo de lo que he aprendido.

Pues he llegado a la mitad de mi quinta década en este mundo. No es exactamente la mitad, ya que eso ocurrirá cuando cumpla 56, pero la repetición de cincos parece corroborar la llegada a un cierto nivel, un par de cincos que machaconamente me dicen que la juventud hace rato que quedó atrás. No es de extrañar entonces, que me pidan credencial del INSEN cuando compro boletos de autobús o que en la calle ya no me den volantes anunciando escuelas, pero que corran a alcanzarme para darme los que anuncian funerarias. Ni modo. Debo aceptarlo. Para hacerlo, tal vez este sea buena idea  voltear atrás y ver el camino recorrido, el grueso libro que han formado los días de mi calendario: 

He vivido 20089 mañanas con sus tardes, y he tenido el mismo número de ocasiones para soñar. He tenido la fortuna de poder asomarme al mundo y viajar a una veintena de países solo para darme cuenta que he visto muy poco. He tenido cientos de amigos y he conservado a los que son verdaderos tesoros. He amado y he dejado de amar. Me han amado y me han dejado de amar. No fui padre, pero he cuidado con devoción varias decenas de perros, cinco gatos, tres conejos, doce pericos australianos, un pichón que me odiaba porque traté de meterlo a un arnés para aparecerlo en un acto de magia, cinco palomas habaneras que en cambio lo hicieron muy bien; un hámster, varios cientos de peces de distintas especies, varios cangrejos ermitaños, uno o dos ajolotes, una media docena de ranas, seis tortugas verdes, tres de las cuales alcanzaron la edad adulta; una serpiente de agua y un escarabajo maquesh yucateco al que le quité los adornos que le pusieron para convertirlo en un prendedor viviente  y que vivió un par de años en un terrario que le hice, con ramas, musgo y hojarasca, supongo que felizmente, aunque no estoy seguro porque nunca demostró estar muy contento.  

En la vida he cometido errores gigantescos y aciertos más bien modestos. Por mi profesión, he estado en el escenario miles de veces. Si me hubieran dado un peso por cada aplauso recibido, ahora sería millonario. Pero si me descontaran un peso por cada error, cada nota equivocada, cada diálogo olvidado, tal vez no quede nada o hasta salga debiendo… Pero esas equivocaciones, insignificantes unas y descomunales otras, son las que me han hecho mejorar, o al menos tratar de no repetirlas. ¿Qué es la vida, sino la ocasión para meter la pata una y mil veces, con sus respectivas oportunidades de aprender? Y en 55 años se han acumulado kilos de experiencia que me han hecho aprender…

He aprendido algunas cosas, útiles e inútiles, trascendentales unas, irrelevantes otras. He aprendido, por ejemplo, que siempre vale la pena dar un paseo, que es bueno reírse de uno mismo, que hay que leer lo más posible; que no hay que guardar chocolates en los bolsillos, que hay que mirar al cielo, que hay que viajar ligero, que cuando se está a más de tres kilómetros de casa hay que usar cualquier baño que se encuentre, con ganas o sin ellas; que si no hay algo bueno que decir, lo mejor es no decir nada, que es bueno traer kleenex o servilletas en las bolsas, pero que no hay que olvidar sacarlas, sobre todo cuando se va a lavar la ropa; que hay que llamar de vez en cuando a los amigos, que hay que probar toda comida nueva, que no es bueno acumular triques, que hay que evitar el sol directo, que es bueno tener un paraguas…

He aprendido que no hay que componer lo que no está descompuesto, que no hay que dormir cuando se tiene diarrea, que no hay que guardar comida en el equipaje documentado, que siempre hay que tener antiácidos, que no es posible ser amable en exceso, que es bueno hacer reír a los niños, que siempre hay que estar aprendiendo algo nuevo; que hay que leer por completo todo papel que se firme, que hay que caminar siempre que sea posible; que es bueno acariciar a un perro o un gato, que hay que cuidar las rodillas; que hay que cantar siempre que se pueda; que el pan y las cebollas no hay que cortarlas apoyándolos en la mano; que hay que mirar a los ojos a las personas con las que hablamos, que antes de salir de casa hay que consultar al intestino; que si alguien nos saluda hay que devolver el saludo, aunque no sepamos quién es la persona que nos saluda; que ver morir a un amigo es como perder a un hermano; que perder a un hermano es como morir uno mismo…

Ahora se que es buena idea guardar las bolsitas de catsup, pero no hay que dejarlas en los bolsillos; que no hay que dar consejos si no nos los piden, que hay que vacunarse; que hay que vacunar a perros y gatos; que hay que pelearse con los que no quieren vacunar a los niños; que hay que arreglar lo que sea posible y aceptar que hay cosas que no se pueden arreglar; que hay momentos en que hay que apagar el celular, pero hay que llevar siempre un cargador; que hay que olvidar cuando se haga un favor, pero no olvidarlo cuando nos hagan uno; que las tarjetas de crédito son trampas peligrosas, que hay que ceder el asiento a los ancianos, porque estamos a un paso de serlo; que no hay que estrenar zapatos cuando se viaja, que no hay que decir todo lo que se piensa, que hay que aceptar que hay gente a la que no le gustamos, que hay que enseñar todo lo que se sabe, que hay que saber perdonar y perdonarse…

He visto que no hay objetos más hermosos que los instrumentos musicales, pero su belleza hay que buscarla en nuestro interior; que hay que comer más fruta y verdura, pero los mangos son un batidillo; que hay que aprender a poner inyecciones, que es bueno llevarse los shampoos de los hoteles, pero no cuando se comparte habitación; que hay que rescatar las cosas del empeño; que cuando se está enojado, lo mejor es no abrir la boca; que es una fortuna tener hermanos; que hay que checar dos veces si metimos la ropa interior en la maleta; que ni el tiempo ni lo que se diga se pueden regresar, así que hay que cuidar mucho ambos; que no hay que guardar nada para después, que las papas fritas  hay que comérselas de inmediato; que los calzones sin resorte no son buenos; que si la memoria va a servir para guardar rencores, es mejor entonces ser desmemoriado…

Se que es bueno usar sombrero, pero hay que saber donde ponerlo; que hay que ser desconfiado, pero no parecerlo; que no se llega a ningún lado en una bicicleta fija y que tarde o temprano se convertirá en perchero; que la próstata me ha dicho que está ahí y que su revisión es inminente; que siempre hay que sacar fotografías, que hay que cargar siempre con un libro, que no hay que guardar los lapiceros que no sirvan, que hay que reforzar los botones de abajo de las camisas, que hay que llamar a nuestros seres queridos, que cuando llegue la ocasión de ser valientes, por lo menos hay que fingir serlo…

Ahora estoy seguro que la ciencia y el pensamiento racional son grandes herramientas para no perder tiempo, dinero y emociones en pendejadas; que hay que andar en bicicleta, pero en las de a de veras; que si hay dinero, lo mejor es gastarlo en experiencias y no en objetos; que cuando se cargan maletas hay que recogerse el pelo;  que siempre hay que llevar un lapicero, que hay que saber pedir ayuda y tener el tacto para ofrecerla; que si se aprende malabarismo, hay que practicar lejos de la cocina… 

Pero sobre todo he aprendido  que ese viejo gordo que me mira desde el espejo soy yo y que para eso no hay remedio…


Quisiera pensar que estoy en la mitad de mi vida, pero creo que eso sería pecar de optimismo. El final se acerca, pero si lo pienso bien, no ha dejado de hacerlo desde mi primer día. Espero sinceramente que todavía esté lejos, así que trataré de seguir por aquí, maravillándome de este mundo, tratando de entenderlo, amando a los que me quieren y a los que no también, aunque un poco menos. Creo que todavía hay mucho que dar, mucho que aprender, mucho que decir, mucha música que tocar, muchos escenarios por pisar. Tal vez lo mejor está por venir. Pero si no es así, no importa: lo vivido hasta aquí ha valido la pena, tanto lo bueno, como lo malo. Se que llegará el día en que este recuento llegue a su momento final. Entonces me prepararé, haré un recuento final, miraré por última vez el cielo…  y me tragaré medio kilo de maíz palomero. Así, cuando me incineren, brincarán las palomitas y esa será mi última risa con la que estaré diciendo adiós…

5 comentarios:

  1. Qué buen ejercicio recorrer con la memoria nuestra vida, valorar lo aprendido y disfrutar de cada momento que nos regala el tiempo presente. Me alegra poder estar cerca de ti a través de tus palabras y agradezco a las TIC por reencontrar a personas tan queridas y entrañables como tu. Un abrazo con el corazón mi amigo Chucho!!

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  2. Maestro: Me pareció muy grato leer estas líneas que escribió. Yo lo percibo como una persona que disfruta mucho lo que hace. Dios lo bendiga hoy y siempre. Un artista en toda la extensión de la palabra y que vengan muchos años más de anécdotas y experiencias que son tan gratas de leer.

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  3. Maestro: Me pareció muy grato leer estas líneas que escribió. Yo lo percibo como una persona que disfruta mucho lo que hace. Dios lo bendiga hoy y siempre. Un artista en toda la extensión de la palabra y que vengan muchos años más de anécdotas y experiencias que son tan gratas de leer.

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  4. Maestro!! Qué hermoso!! Te dejo un abrazo y toda mi admiración!!

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  5. Qué bonito!!! Gracias por compartirlo con quienes nos acercamos velozmente a la mitad de la vida o tal vez, a lo que buenamente quede... abrazo y felicidades!

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