martes, 1 de marzo de 2016

Cuba: de teléfonos y revoluciones.


1. El faro del idealismo
La primera vez que fui a Cuba fue en 1984. En ese entonces yo era estudiante en la Escuela de Música, había pasado por la Facultad de Filosofía y Letras y estaba por ingresar a la UAM. La Guerra Fría estaba en su apogeo, varios países latinoamericanos padecían dictaduras militares y tenía amigos exiliados de esos mismos países. Cuba era un referente para los que pensábamos que un mundo más justo era posible. Oía música cubana y me sabía varias canciones de Silvio Rodríguez  y Pablo Milanés, máximos representantes de la Nueva Trova Cubana. El viaje era para corroborar que aquel sistema estaba más cerca de ese mundo ideal. Y efectivamente, yo creí que lo estaba: tenía grandes aciertos como un sistema de salud pública eficiente, educación desde preescolar hasta universidad completamente gratuita, una libreta de racionamiento que aseguraba que cada cubano recibiera una despensa modesta pero suficiente, un sistema en el que los artistas tenían asegurado un sueldo decente. La vivienda era austera pero nadie vivía en la calle; los alquileres no podían sobrepasar el 10% del total de ingresos. El ideario del Ché estaba escrito en los muros. La Habana tenía el encanto de ser una ciudad esplendorosa con algunos problemas por la pintura descascarada.

Los cuestionamientos de los críticos de la Revolución me parecían ridículos: los cubanos no podían comprar jeans ni objetos suntuarios que se vendían en dólares en las tiendas para turistas. En ese viaje cerré los ojos a la manera temerosa en la que los cubanos bajaban la voz para hacer algún comentario crítico. Era cierto: había un control político férreo, policiaco, pero a cambio de muchos beneficios. Seguí siendo un entusiasta defensor de la Revolución y compraba los discos de Silvio y Pablo apenas salían.

2. Aferrado a un sueño.
Mi segundo viaje (o más bien serie de viajes) ocurrieron 10 años después. El Muro de Berlín había caído, la Unión Soviética se había desintegrado y los gobiernos del bloque socialista iban cayendo uno a uno. Como la URSS era el principal comprador y sostén de la economía cubana, se había iniciado lo que llamaron oficialmente el “Periodo Especial”, una época de incontables carencias. Comprar cosas tan simples como una barra de jabón o unas piezas de pan podía ser una verdadera complicación. No había gasolina para los autos, pero se podía comprar alguna en el mercado negro. Había tráfico ilegal de las cosas más cotidianas. Había restaurantes clandestinos, llamados “paladares”, que funcionaban en casas cerradas. La corrupción campeaba en cada esquina. La ciudad estaba obscura, había un sistema de cortes de electricidad de tal manera que sólo había durante pocas horas al día. Durante varias semanas viví en carne propia lo que era vivir en una economía devastada. Admiré la heroicidad del pueblo cubano para aguantar todas esas carencias. Pero seguía creyendo que lo mejor era lo que decía Pablo en sus canciones: “Yo me quedo, con todas esas cosas, pequeñas, silenciosas…” y “Creo en ti, lleno de contradicciones, presto a soluciones…” Hacía poco que había pasado aquel  incidente en donde cuatro altos militares, excombatientes revolucionarios en misión de solidaridad con Angola en su guerra contra Sudáfrica habían sido fusilados al descubrirse que estaba involucrados en el tráfico de drogas, marfil y diamantes. Se estaba luchando contra esa corrupción -pensaba- y toda la culpa la tenía el bloqueo norteamericano.

3. Las grietas.
Durante los veinte años que pasaron hasta mi siguiente viaje, el mito de la Cuba revolucionaria, socialista e igualitaria se fue desdibujando, destiñiéndose lentamente. Supe de las contradicciones entre el socialismo utópico y el socialismo real. Supe de los cambios, lentos e insuficientes, que parecían querer aminorar ese lento pero continuo deterioro en la calidad de vida de los cubanos. Pero sabía que el sistema de salud y el educativo seguían siendo los mejores de Latinoamérica y el mundo. Que sus artistas, al tener un sueldo fijo, podían dedicarse de lleno a su trabajo. Supuse que había carencias, pero que el Periodo Especial ya había pasado y que las cosas tendían a mejorar, más aun con el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

4. Una realidad que golpea directo a la cara.
Hace unos días me reencontré con una Habana llena de contrastes: las áreas turísticas remozadas, negocios particulares como restaurantes y salones de belleza que parecen florecer. Pero en otras partes encontré más ruinas: edificios que alguna vez fueron esplendorosos, cayéndose a pedazos. Hay partes de la ciudad, céntricas, pero un poco hacia el interior de las grandes avenidas, que parecen los escenarios de esas películas apocalípticas donde la humanidad ha desaparecido y las ciudades se van cubriendo lentamente de vegetación. La diferencia es que aquí sí hay gente, y esos edificios derruidos sí están habitados. Dos sistemas monetarios funcionan de manera paralela: los pesos cubanos y los CUC (nunca pude averiguar el significado de las siglas; se que alguna de esas “C” se refiere a “convertible”), con una paridad de 25 pesos cubanos por cada CUC; a su vez, un CUC vale aproximadamente un dólar. En las tiendas -todas. ya no hay tiendas exclusivas para turistas- se puede pagar en ambas monedas, pero se da preferencia a los CUC: para tomar uno de los famosos helados Coppelia, puede uno pasar directamente a comprarlo pagando con CUCs… o hacer una fila interminable si se quiere pagar con pesos cubanos.

5. El celular perdido.
Hicimos nuestras funciones de “Baños Roma” en un teatro que es sede de una compañía teatral, “El Ciervo Encantado”. Nuestro trabajo fue bien recibido y, al terminar la última función nuestras amables anfitrionas nos sugirieron ir a “Las Vegas”, un antro que nos describieron ellas mismas como “decadente, con un show de travestis de lo más bajo y un cuerpo de baile más bajo todavía”. Querían mostrarnos “los bajos fondos” de La Habana. El interés fiestero y el antropológico se mezclaron y acudimos entusiasmados a dicho lupanar. La entrada costaba 3 CUC y nos dijeron que estaba prohibido tomar fotos y video. Entramos a un lugar estrecho, atestado por un público conformado mayoritariamente por parejas de hombres homosexuales. La mesa que ocupamos estaba muy atrás y desde ahí no se podía ver el escenario, así que en cuanto empezó el show, nos levantamos para poder ver. Yo me ubiqué estratégicamente detrás de una columna, de tal modo que inclinándome por un lado, podía ver casi la mitad de la pista de baile. El espectáculo principal estaba a cargo de Margot, un travesti que contaba chistes y simulaba cantar canciones conocidas con una pista sonora. Se alternaba con otro travesti que solo “cantaba”. De cuando en cuando, gente del público se levantaba a poner billetes en el escote de las artistas, a pesar de que una de ellas llevaba un vestido de cuello alto, muy ajustado, pero sin escote, así que los billetes se los ponían directamente en el cuello. También hubieron algunos números de baile ejecutados por un grupo de tres hombres y tres mujeres, nada inolvidable, pero tampoco tan malo como para dar de qué hablar. Lo que me sorprendió es que pudieran bailar en un sitio tan estrecho.

Mirando el show, recargado detrás de la columna, de pronto sentí una mano que palpaba mi trasero. Sorprendido, me encontré con una mujer de lentes, no muy atractiva, que me preguntó gritando: 
-¿Tú eres gay?-. La miré extrañado y le dije que no. Luego se dirigió a Nacho, otro integrante de nuestro grupo y le preguntó lo mismo. Luego volvió conmigo: 
-¿Y entonces que haces aquí?-. Sólo me encogí de hombros. Como la música estaba sonando, para hablarme se acercaba mucho y trataba de acercarme los senos. Como vio que yo la miraba más bien asombrado, me dijo: 
-Discúlpame por preguntarte que si eras gay, espero no haberte ofendido. 
-No hay problema- le dije. Se dirigió nuevamente a Nacho: 
-¿Eres gay?-. En ese momento hice el gesto habitual para verificar que mi teléfono celular estuviera en el estuche con cierre de velcro que llevo en la cintura y lo encontré vacío. Como segundos antes había sentido que allí estaba, supe que esta mujer me lo había sacado, aprovechando sus toqueteos. De inmediato me dirigí a ella con voz fuerte:
 -¡Oye corazón, devuélveme mi celular! Aquí lo tenía y tú eres la única que se me ha acercado…
-¿Tu qué? ¿Tu móvil? No, mi vida, yo no tengo nada… y me mostró las manos vacías. No llevaba ninguna bolsa y su ropa era muy estrecha para esconder algo. Pero conozco como trabajan los carteristas, que pasan de inmediato lo robado a otra persona cercana.
-Sí fuiste tú, dame mi celular- dije cada vez más enojado y alzando la voz más fuerte.
-Que no, mi amor, yo no lo tengo. Hay que tener cuidado, aquí andan robando… Esto último lo gritó, como advirtiéndole al resto de la gente. 
-Hace un rato a un chico le llevaron la cartera con su dinero…¿Dónde tienes el dinero? ¿En el bolsillo? No, tenlo en la mano para que no te roben…
En eso, no se de dónde, aparecieron dos Drag Queens de dos metros de altura. No es exageración: ambas medían dos metros y tenían como 60 centímetros de pestañas. Llevaban vestidos repletos de lentejuelas.
-Mira, son mis amigas…que a este chico le acaban de llevar el móvil, se lo han sacao
Los gigantes -o gigantas-  me saludaron y movieron la cabeza con desaprobación pero mirándome fijamente. Supe que, por mi seguridad, no debía hacer más lío… Enojado, salí con Nacho y Marina a acompañarlos a fumar un cigarro. Estaba furioso de impotencia. Después de un rato, regresé para reunirme con el grupo que ya planeaba la salida de ese lugar. La mujer de lentes se me volvió a acercar y yo instintivamente puse las manos en los bolsillos.
-¿Encontraste tu móvil? me preguntó con fingido interés. La miré de manera fulminante, a sabiendas que todo era inútil. Me jaló de un brazo y me llevó a la barra del bar.
-Mi amor, no te preocupes. Es sólo un móvil. En esta vida a veces se gana y a veces se pierde… y me dio un beso en la mejilla. Mientras me alejaba, me acarició la cara y me dijo:
-Regresa pronto mi amor…

6. De espaldas al mar.
Después de estar en el antro aquel, caminamos unos metros, a la confluencia de Infanta y 23, frente al malecón. Aquello parecía una feria, repleta de gente. La mayor parte eran hombres homosexuales, algunos maquillados o con el pelo teñido de colores. Nuestras anfitrionas nos comentaron que ese era el sitio donde se reunían los homosexuales varones para ligar u ofrecer sus servicios a los turistas. Nos dijeron que por ahí cerca se alquilaban habitaciones por hora. 
-Aquí se puede conseguir lo que sea… chico o chica, de la edad que quieran…
Nos acercamos al malecón para seguir conversando. Había muchas personas haciendo lo mismo. La gente que no tiene dinero para ir a un bar, compra una botella y ahí se la toman. Había algunos músicos ambulantes, ancianos vendiendo maní, personas en la más profunda pobreza. Vi a una mujer andrajosa, descalza, visiblemente afectada de sus facultades mentales, que deambulaba llevando un cachorro en los brazos. Un anciano le gritaba a unos jóvenes:
-Sí, estoy borracho y hace dos días que no como… Se levantaba la camiseta y mostraba el vientre hundido.

Nuestros amigos nos contaron que los sueldos son bajísimos: los técnicos del teatro ganan el equivalente a 10 dólares… al mes. Sí: por mes. La directora de la compañía, por su puesto directivo, es privilegiada: gana el equivalente a 30 dólares mensuales. Pero la paga es en pesos cubanos y para comprar cualquier cosa que se necesite, que no esté en la libreta de racionamiento (o sea, casi todo), se tiene que pagar con CUC. Las viandas que cubre la libreta son ridículamente escasas: media taza de aceite, un trozo de pollo de dudosa calidad, medio kilo de arroz y otras cosas… también una vez al mes. Preguntamos que porque se come tan poco pescado, puesto que la isla está rodeada de mar. Nos dijeron que la pesca sólo la puede hacer la flota pesquera, que si alguien se sube a una lancha para salir a pescar por las orillas, es apresado “por tratar de emigrar ilegalmente”. Sólo se puede pescar con linea y anzuelo desde el malecón. Pero puede ser riesgoso comerse lo que se pesca, tomando en cuenta que todo el desagüe de la ciudad se descarga en el mar. 

7. La Revolución desteñida.
¿Cómo puede sobrevivir la gente? Los médicos reciben sueldos similares de 20 o 30 dólares mensuales, así que aceptan el pago en especie o el trueque de servicios. Todos buscan la manera de ganarse unos cuántos CUCs. El ingreso principal de la isla son las remesas de los cubanos en el exterior. Los que tienen familiares que mandan dinero, pues se las arreglan. ¿Y los que no? Ví a ancianos vendiendo bolsas de plástico sentados en la banqueta. Una flautista que tocaba en el lobby del hotel Ambos Mundos se ofreció dejar momentáneamente su trabajo para llevarnos a un restaurante supuestamente recomendable. Uno de nosotros fue estafado al comprar una caja de puros falsificados, con el cuento de que si compraban algo en la tienda a la que lo llevó un supuesto matrimonio joven, les daban comisión en forma de arroz, frijoles y café. Los puros, en una caja con una etiqueta desteñida, no solamente eran falsos, sino que los pagó al doble de lo que le hubieran costado unos originales. 
Vi letreros de gente que vende su casa. Comienza a haber acaparamiento inmobiliario por parte de extranjeros que compran edificios ruinosos a precios bajísimos o de cubanos que se han sabido acomodar y que hacen negocio al alquilar cuartos o departamentos a turistas. Los militares, nos contaron, son los privilegiados ahora. Fue una conversación amarga, sin esperanza alguna…


Al día siguiente vi retratos del Che pintados en los muros. Las frases aquellas me parecieron huecas. ¿Que principios revolucionarios se pueden mantener cuando para sobrevivir se tiene que hacer cualquier cosa a cambio de CUCs? ¿Que lealtad puede haber a un movimiento o a una patria que niega cosas elementales, sobre todo cuando se ve que los burócratas de alto nivel y los militares son los únicos que no parecen padecer estrecheces? ¿Hay culpables o es la naturaleza humana? ¿Es culpa del bloqueo o de los hermanos Castro Ruz? ¿Puedo culpar a los estafadores que venden puros falsificados? ¿A la mujer que roba celulares a turistas despistados? Esa noche, no sólo perdí mi teléfono. Algo, dentro de mí, algo que atesoré por muchos años, también se perdió…

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