martes, 16 de febrero de 2016

De tamales y adicciones...


Mi secreto.
Toda vida guarda algún secreto, y la mía no es la excepción. Juntos, en una danza cósmica, mis vicios y mis virtudes se revuelven, dan vueltas y se dominan sucesivamente. Así, en estos giros que me pueden hacer caer desde las alturas de los sentimientos más nobles y espirituales  hasta  la profundidad de los deseos más oscuros y carnales, mi vida se desenvuelve, sube y baja, se ilumina y oscurece una y otra vez. Y es por eso, reconociendo ese lado que no por estar en las tinieblas es menos real y poderoso, que debo hacer una confesión, haciendo frente con valentía a las consecuencias que pueda traerme. A mí, señoras y señores, honorables miembros del jurado, a mí… me gustan los tamales.

Tal vez dicho así, con disimulo y a la ligera, no se alcance a comprender lo tremendo de lo que acabo de decir. Después de todo, los tamales son parte de nuestra gastronomía, parte de nuestra cultura culinaria. ¿Quién no ha visto, por las mañanas o en la noche, esa familiar imagen de una señora sentada con un gran bote frente a ella, debajo del cual arde un brasero con carbón? Esos humeantes manjares, esos vapores que se elevan,  forman parte indisoluble de nuestra identidad nacional. ¿Que hay de malo entonces en que yo forme parte de ese movimiento cultural, de esos alegres comedores de maíz nixtamalizado y cocido al vapor, envuelto en hojas del propio maíz o en las de otra planta como el plátano?

Se los diré, puesto que he llegado al punto sin retorno de mi confesión. De nada sirve seguirlo ocultando, ni a mí mismo ni a nadie. Ya es hora que el mundo lo sepa: a mí me gustan… sólo los tamales de dulce. Sí, esos tiernos  molotes de masa de un color rosa chillante. Es verdad que también los hay amarillos, pero no son tan comunes… Sí, debo decirlo: a mi me gustan los tamales de dulce. ¡Que alivio siento al decirlo abiertamente! Hay algo en ellos, su textura, su esponjosidad, ese lúbrico color rosa. Encuentro un extraño placer, casi diría erótico o mejor dicho, lascivo y concupiscente, en apartar cuidadosamente las hojas humeantes y encontrar esa suave masa rosada, que con su aroma de guayaba o vainilla me transporta a las profundidades de la selva tropical, cargada de quién sabe que exóticos peligros y placeres… Sí, me apasiona abrir las hojas para descubrir ese manjar y desprender los pedacitos que se les quedan adheridos, una suerte de “pilón”, de regalo inesperado, una suerte de “bonus track” con que la vida nos obsequia; quitar las hojas y desecharlas como una prenda inútil para detener los embates de la pasión…

Mi vergüenza
Pero no crean que ha sido fácil sobrellevar esta íntima adicción, este vicio innombrable. Hay un estigma, una tácita acusación, algo vergonzoso y vergonzante en contra de los que, como yo, tenemos esta suerte de perversa atracción. Antes no me daba cuenta, no. En mis días de universitario me acercaba, inocente y despreocupado, al puesto de tamales, gozando del desparpajo de la juventud, dispuesto a proporcionar a mi cerebro y al resto de mi cuerpo la glucosa necesaria para un correcto funcionamiento que asegurara mi pleno aprendizaje. Pedía yo entonces una torta de tamal, lubricado con un atole champurrado y no me daba cuenta que algo ocurría en mi entorno. Los años me fueron dando esa sensibilidad precisa, esa malicia con la que ahora puedo captar las miradas furtivas, los silencios incómodos. Ahora casi puedo escuchar los pensamientos de reprobación del resto de los comensales que se agolpan en torno a la humeante olla, como si vieran en mí a un peligroso pederasta.

Por lo mismo, me he hecho cauto y, antes de llegar y pedir a quemarropa mi torta de tamal, astutamente me acerco, husmeo un poco en silencio y finjo estar interesado en los chilaquiles con salsa verde que a menudo venden en las cercanías de esos comedores mañaneros. Y así, como que no quiere la cosa, evitando hacer contacto visual, lanzo al aire la pregunta: 
-“Buenas… -siempre es correcto saludar- ¿de qué tiene tamales señito?” -El cariñoso “señito” es parte de una estrategia de persuasión. 
Se crea una expectativa, varios comensales ponen atención a la respuesta, se hace una pausa en su ritmo de deglución. La señora, con disimulo toma un abanico de paja, lo sacude varias veces frente al anafre y contesta vagamente: 
-“Hay verdes, hay de mole, hay de rajas…” Y entonces hace una pausa misteriosa. Por la entonación sabemos que su respuesta no ha concluido. Pero no dice nada, sólo deja abierta su respuesta, como esperando algo… Tembloroso por la excitación, pero sin dejar la cautela, me atrevo a decir en voz baja, casi imperceptiblemente aunque suplicante: -“¿De dulce?”. 
La señora me lanza una mirada de complicidad, casi un atisbo y completa su respuesta: -“Sí, de dulce también”. 
Aliviado, aunque exaltado, de manera atrevida digo: 
-“Déme un tamal de dulce en torta y un atole… ¿de qué tiene?” Digo todo rápidamente, tratando de desviar la atención. 
-“Hay champurrado y de arroz”. 
-“Champurrado” respondo, con firmeza y resolución. Pero ya muchos se dieron cuenta de lo que he pedido. Además, la señora, sin ningún pudor, saca el tamal del bote, lo toma de las hojas y lo sacude, y el pobre tamalito rosa solo atina a dar la vuelta para caer desnudo, casi violado, sobre un bolillo abierto que lo espera. 
-“¿Para llevar  o para comer?”-
-“Bueno, me lo quiero llevar para comérmelo…

A la señora no le hace gracia mi chiste y me entrega, casi con asco, la torta de tamal de dulce y el vaso de unicel con el atole champurrado. Yo me alejo un poco, tratando de ocultar ese delator color rosa que hace que parezca que el bolillo saca una obscena lengua. La gente me mira y por un segundo, sólo por un segundo, siento su desaprobación, su desagrado. Me lanzan de reojo su desprecio y vuelven a su tamal de mole o de rajas, a su tamal picante, decente, sin mariconerías. Es como si vieran a un tremendo vikingo, enorme y peludo, comerse un cupcake de fresa, como si el mismo Atila se comiera delicadamente una cereza. Todavía, para rematar, toman un chile jalapeño y lo muerden frente a mí, como queriéndome dar un escarmiento.

Pero en muchas ocasiones, con demasiada frecuencia, cuando por fin me atrevo a preguntar por los tamales de dulce, la señora en turno, sin ocultar cierto placer me dice: -“Híjole joven, no. Ya se me terminaron. Ya sólo me quedan verdes”. Y sonríe con la satisfacción de haber castigado a un pervertido. 

El misterio
¿Por qué? -me pregunto- ¿por qué siempre hay tamales verdes? Nunca en mi vida he encontrado a la tamalera que diga: 
-“Híjole no, ya solo me quedan de dulce”. Nunca. ¿Por qué pasa esto? ¿Acaso los que padecemos esta adicción somos muchos más de lo que creemos? ¿Somos acaso una legión de comedores del tamal-que-no-se-atreve-a-decir-su-nombre y, desde tempranas horas arrasamos con todas las existencias? ¿Existe una conspiración internacional en la que están envueltas todas las tamaleras, unidas en una logia secreta similar a la de los Illuminati o los Reptilianos? ¿Acaso son las tamaleras parte de los Illuminati y tratan, mediante la atroz limitación de los tamales de dulce, implantar un Nuevo Orden Mundial?
¿Hay superabundancia de tamales verdes? ¿Hay especuladores que tratan de subir el precio de los tamales de dulce ocultándolos artificialmente? ¿Esta Rockefeller detrás de esta conspiración? Podría ser: verdes los tamales, verdes los dólares…

La metodología científica aplicada al misterio del tamal
Pero siendo racional y escéptico de todas estas teorías conspiracionistas, siendo un defensor a ultranza del pensamiento crítico y científico, prefiero buscar la explicación a éste y otros fenómenos misteriosos -que ya trataré en otro ensayo similar- en la mismísima ciencia. Es por ello que he pergeñado una hipótesis, basada rigurosamente en la aplicación cuidadosa del método científico, para explicar este misterioso fenómeno, este doblez de la realidad. ¿Por qué en el planeta tierra hay tan pocos tamales de dulce y en cambio existe un superávit de tamales verdes? ¿Que pasa con los tamales rojos, los de rajas y aquellos exóticos tamales de jitomate? Trataré de ser claro y no caer en demasiados tecnicismos, aunque emplearé una metodología rigurosa:

Planteamiento del problema. De manera estadísticamente significativa, una tamalada (el conjunto de tamales preparados simultáneamente en el mismo bote) compuesta por tamales de cada uno de los sabores socialmente aceptados en proporción similar: verdes, de mole (también denominados “rojos”), de rajas y de dulce, terminará con una escasez más acentuada o su agotamiento definitivo en los denominados “de dulce”, mientras que habrá una relativa abundancia de los denominados “verdes”. Los llamados “rojos” y “de rajas”, presentarán el comportamiento típico, sin variaciones sobre la norma. El comportamiento de la proporción entre tamales verdes y de dulce es muy inusual y aparentemente viola varias leyes de la física newtoniana  y las matemáticas euclidianas.

Delimitación del problema. Aunque existe una gran variedad de tamales, correspondientes a distintas regiones del país, como los tamales de frijol, los de elote tierno o los de hoja de plátano, sin dejar de mencionar el gigantesco tamal huasteco o “zacahuil”, este estudio se limita únicamente a los tamales de hoja de maíz que tradicionalmente se preparan en cuatro variedades: verdes, rojos, de rajas y de dulce. Aunque a veces aparece una quinta variedad, los denominados tamales de jitomate, por no ser consistente su aparición en las tamaladas normales del centro del país, tampoco serán tomados en cuenta.

Marco Teórico. La física atómica actual ha demostrado que la transmutación de la materia, o sea la conversión de una sustancia o elemento en otro diferente -el viejo sueño de los alquimistas-, es posible dadas ciertas circunstancias especiales en la que los átomos de determinado elemento puedan ganar o perder electrones. La física cuántica y la llamada Teoría de las Cuerdas, explican que, en presencia de las ondas biomagnéticas generadas por los procesos neuronales, este proceso puede ser acelerado, lo que, indudablemente se relaciona con la teoría de la materia obscura, la fusión en frío de  Pons y Fleischmann y la teoría de los campos mórficos del Dr. Rupert Scheldrake.

Hipótesis. Puesto que en una tamalada se introduce una cantidad limitada y constante de masa de nixtamal acompañada con los ingredientes propios de cada una de las cuatro variedades de tamal que contempla este estudio, es de suponer que, al reducirse dramáticamente el número de tamales de dulce hasta llegar a su agotamiento y al aumentar el número de tamales verdes, la única solución plausible, que no viole las leyes fundamentales de la termodinámica, es que mediante un proceso hasta ahora desconocido, pero que podría ser explicado por alguna de las teorías expuestas en el marco teórico, los tamales de dulce se transmutan en tamales verdes, dadas ciertas condiciones del espacio-tiempo. 
Este proceso podría ser modificado (acelerándolo o haciéndolo más lento) por la acción enzimática de los procesos neuronales conocidos vulgarmente como “pensamientos”. Este proceso enzimático-neuronal podría explicar el conocido fenómeno de los tamales pintos, en el que, si en el momento de estarse preparando una tamalada, dos personas se enfrascan en una discusión o desacuerdo, la cocción de la masa se interrumpe y deja de ser homogénea. La solución dada por la sabiduría popular, acerca de que cuando esto ocurra hay golpear repetidamente al bote con un trapo mientras se le insulta de manera muy sentida y emocional, cuadra perfectamente con las teorías del Dr. Matsuru Emato expuestas en su obra “Los secretos ocultos del agua”. Sin embargo, este fenómeno de la flagelación emotivo-textil como solución al problema de los tamales pintos, es tema de una investigación que por el momento queda fuera de los alcances de este trabajo.

Conclusiones. La única conclusión a la que se puede llegar ahora, es que son necesarios más experimentos y mayores investigaciones. El fenómeno ha sido localizado y descrito, y se han aventurado algunas hipótesis, pero quedan muchos asuntos por resolver: ¿por qué ocurre este fenómeno? Si los procesos neuronales lo desencadenan ¿acaso el conservadurismo del resto de los comensales, que ve amenazado el status quo por el consumo indiscriminado de tamales de dulce, acelera con sus pensamientos el proceso para que desaparezca el motivo de la transgresión? ¿Por que los tamales de dulce se convierten siempre en verdes? ¿Por qué no en rojos o de rajas? Al parecer, estos también sufren el mismo proceso pero solamente cuando ya no hay tamales de dulce por transmutar, de tal modo que, dadas las condiciones adecuadas, todos los tamales de un bote se harán verdes tarde o temprano.

Por el derecho a la diversidad en la elección del tamal
La pregunta está en el aire, la investigación está iniciada, pero Conacyt no ha dado muestras de interés. La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad no se ha pronunciado al respecto, aunque al parecer ya está al tanto y prepara un manifiesto. ¿Hay acaso motivaciones políticas que han impedido que fluyan fondos del SNI para esta investigación? ¿Está Monsanto detrás de este asunto? ¿Son los tamales de maíz transgénico más susceptibles a sufrir esta transmutación? ¿Acaso la comunidad científica inserta a final de cuentas en una sociedad capitalista, machista y patriarcal, ve con malos ojos el libre consumo de tamales de dulce, o sea tamales rosas,  o sea símbolos de lo que consideran  libertinaje sexual? Tal vez. Pero yo sueño con un mundo utópico, en el que nadie sea despreciado o discriminado por sus preferencias culinarias. Sueño con el día en que cualquier hombre o mujer, adulto o niño, pueda pedir, sin ser juzgado, una torta de tamal de dulce y que pueda unir sus manos con la de sus hermanos que comen tamales verdes y rojos y de rajas, y que convivan en paz y fraternidad. Como dijo el gran Lennon: “…puedes decir que soy un soñador, pero yo no soy el único. Espero que un día tú te nos unas y el mundo entonces será Uno…”